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El déficit de atención, una discapacidad impuesta

Trata de recordar el momento más feliz de tu vida, aquel que te hizo reír a carcajadas o incluso saltar de la emoción. ¿Ya? Bien. Ahora imagínate que alguien te dice que estás enfermo. Sí, que aquello que acabas de sentir es el síntoma de una enfermedad llamada TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad). ¿Verdad que sería ridículo? Probablemente te enojarías con aquel que siquiera insinuara que tu alegría y tus ganas de vivir son el reflejo de un problema muy grave en ti. O tal vez, sólo pensarías que quien te dice eso está loco y ni caso le harías.

Pero, ¿qué pasa cuando en vez de ti, es tu hijo? Tu hijo que se sintió feliz de repente y corre a abrazarte cuando estás preparando la comida, tomándote por sorpresa y haciendo que se te caiga la cuchara. O que tiene ganas de cantar, mostrándote lo que aprendió en su clase de música, pero que escoge el peor momento, justo en el instante en el que tienes un dolor de cabeza gigantesco.

Sabemos que estos tiempos no se caracterizan por la tranquilidad de nuestros días. El tráfico, las deudas, los problemas en el trabajo, el pleito con la suegra, etc… hacen que nuestra vida tenga suficiente stress. Muchas veces, la paciencia ha llegado al límite justo en el momento en el que nuestro hijo decide manifestar su alegría. ¿Cómo reaccionamos? Siendo honestos, lo mínimo que se hace es dar un grito pidiéndole al niño que se calle o se aleje del lugar donde estamos.

Eso que hacemos como padres, también lo hacen los maestros. Entonces tienes a un niño alegre, tal como deben ser los niños, pero totalmente incomprendido. Un niño que por el sólo hecho de ser niño y hacer lo que hace cualquier niño, hace estallar la paciencia de sus padres y maestros y obtiene un castigo, el peor castigo: una etiqueta como niño con déficit de atención e hiperactivo o impulsivo.

Discriminar a un niño alegre es el pan nuestro de cada día. En decenas de escuelas de la República Mexicana, miles de niños están viviendo el calvario de ser como son en una sociedad que se ha acostumbrado a no resolver los problemas reales, sino disfrazarlos con lo que esté de moda. Así, tenemos a niños etiquetados con déficit de atención, niños que ahora son llamados hiperactivos, niños con etiquetas sofisticadas que los señalan como niños enfermos de síndromes inexistentes, pero que suenan muy elegantes. “Tengo un hijo con TDAH” “En mi salón tengo 10 TDAHs” son algunas de las cosas que se escuchan actualmente, a veces como si quien lo dice, sintiera orgullo por también estar a la moda.

El problema no sólo es la etiqueta. El verdadero crimen está en lo que viene después. Los niños son discriminados al ser etiquetados con una enfermedad inventada (El TDAH no tiene una sola base científica y no hay un sólo examen médico que evidencie su existencia) pero lo peor es que son víctimas de atentados contra sus vidas. Bajo el pretexto del síndrome de moda, comienza para los niños una drogadicción legal a sustancias altamente peligrosas como el metilfenidato (Ritalín, Concerta, Tradea, Rubifén) que es la droga que se receta para supuestamente controlar el Déficit de Atención. Pero lo que no le dicen a los padres de familia es que la Ley General de Salud cataloga al metilfenidato como un estupefaciente mayor (al nivel que la cocaína, el opio y la heroína), que en Estados Unidos, la FDA (Food and Drug Administration) alertó que el metilfenidato puede causar alucinaciones y ordenó que se pusiera una etiqueta negra en las cajas de los medicamentos para informar que puede inducir al suicidio y tampoco le dicen a los papás que en la Guía para la Atención de Intoxicaciones por Drogas (publicada por la Secretaría de Salud) se indica que en fase avanzada de consumo, el metilfenidato puede ocasionar paro respiratorio, derrame cerebral, convulsiones y la muerte.

Así, un niño que antes era completamente sano y feliz, ahora desarrolla como efectos secundarios del consumo de drogas psiquiátricas, verdaderas enfermedades físicas (problemas del corazón, fatiga crónica, etc…) y está deprimido, enojado, nervioso y angustiado. Se le han creado una o más discapacidades. Porque la mayoría de los niños que antes eran alegres, amigueros, participativos, después del consumo de metilfenidato se convierten en alguien retraído, que ya casi no habla, que no participa en clase, que no tiene agrado en jugar lo que antes jugaba, que ya no cae bien a sus amigos, que se duerme en el recreo, en fin, un niño que ha dejado de ser niño.

Es verdad que hay ocasiones en las que un niño puede manifestar un incremento excesivo en su actividad o una marcada disminución en su interés por la escuela, pero tales situaciones tienen su origen en cosas reales, como la mala alimentación, alergias, problemas familiares, educación deficiente, etc. Lo que es un hecho es que ninguna de esas razones se resolverá con drogas.

Hay mucha vida por delante. Nuestros hijos merecen lo mejor de nuestro tiempo, de nuestro esfuerzo. Merecen que conservemos la paciencia más allá de lo que pensamos que sería el límite. No se vale que por el simple hecho de que nosotros tuvimos un mal día, decidamos que está bien etiquetar al niño con el estigma de una enfermedad que no existe y lo condenemos mediante las drogas a una vida que ya no será vida.

 

Margarita Ibáñez T.
Voluntaria de la
Comisión de Ciudadanos en Defensa de los Derechos Humanos A.C.
maggie@luchaporlosninos.com

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Documentos Importantes

Aquí puedes bajar la ley que protege a los niños.

Aquí puedes bajar el tríptico de la SEP del fenómeno por déficit de atención.

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